Ya con este atardecer si nos cogió la noche. El decline del sol que se ha venido dando en estos atardeceres desde el primer signo de baja luz con la tentación, y siguiendo a grados sucesivos de mas oscuridad con la traición, la agonía, la condena y la soledad, llegamos a la plena noche de la muerte. Sintetizando todos nuestros miedos, tales como el miedo al dolor, miedo a perder, miedo a la debilidad, miedo a envejecer, miedo a enfermar, vemos que todos se originan indirectamente en el miedo a morir.
El miedo a la muerte. Y ¿dónde se origina ese miedo a morir? Antes de dar una respuesta prematura, sería conveniente responder a ¿por qué el temor a la muerte? Tal vez porque no se sabe que pasa después de la muerte. Otra razón al temor a la muerte es el temor de dejarlo todo, familiares, amigos, cosas e irse solo al cementerio, como objetivamente vemos en cada funeral. Para eso nos preocupamos con preparativos como uno supuesto de mi imaginación infantil: ¿en qué parte del ataúd se pone la comida para el muerto? Y ¿la bacinilla para orinar? Lo recuerdo haber preguntado una vez después de tantos funerales en Ituango, donde mis abuelos eran los honrosos custodios de las llaves del cementerio parroquial. Era fascinante. Yo me sentía como si la muerte en el pueblo estuviera controlada y bajo el poder de la familia.
Y a mis preguntas se le podria añadir las calificaciones que les dabamos a las tumbas juzgando desde la sencillez y simpleza, que significaba muerto olvidado; hasta lo monumental de mausoleos que decían de la fortuna del difunto por lo bien recordado y atendido con que ‘vivía’ en el en la casa de los muertos. Esas observaciones de niño las corroboré como no muy originales, ya que en Roma me dí cuenta que los antiguos romanos también pensaban más o menos parecido. Visitando catacúmbas y necrópolis, ahora subterraneas, se puede ver el contraste entre las tumbas de paganos que concursaban por exhuberancia y decoración, ya que estas eran el destino final de la existencia, pero contrastadas con las tumbas de los cristianos, sencillas y como ‘olvidadas’ a lo ituanguino, ya que estas eran consideradas como lugares temporales de pasaje. Una razón pues para tenerle miedo a la muerte es que se olviden de nosotros.
Digamos pues que la anterior es una razón efímera para tenerle miedo a la muerte. Pero movámonos ahora a otra razon para temer morir, esta vez una trascendental. La doctrina nos enseña que podemos correr uno de dos destinos: el cielo o el infierno, en otras palabras, la salvación o la condenación eterna. Esa es una preocupación que solo acontence desde y en el ámbito de la fe. ‘No me mueve Señor para quererte el cielo que me tienes prometido ni el infierno tan temido’, rezaba santa Teresa. Es otra razón fundada en la principal preocupación de no saber que pasa después de la muerte, pero en este caso, mas concretamente, a mi individualmente. Lo cierto es, que aquí el temor a la muerte no viene desde una fundación materialista de la vida, sino más bien es un miedo que se funda en una especie de complejo de inferioridad e inseguridad de la fe.
Al ser confrontado con las vidas y heroícas perseverancias de los mártires en Roma, especialmente durante esta cuaresma visitando las iglesias estacionales, puedo asegurar que todos aquellos cristianos del inicio de la fe, si que la tenían, entendían y vivían hasta morir por ella. Y lo hacían con esa radicalidad porque era la manera mas precisa, y en verdad lo era, de dar la vida por Jesucristo, su roca, Señor y salvador. Los mártires eran hombres y mujeres santos y santas que no solamente confesaban una fe, sino que ante todo la encarnaban con el propio sacrifício de sus cuerpos. Y todos los ánimos para que asi fuera, los encontraban en la cruz y muerte de Jesús, por quien también ellos morían. Pero morían, a lo mejor con mucho dolor, pero definitivamente sin temor porque sabían plenamente que pasaba después de la muerte, y el destino que les esperaba en la gloria de Dios mismo.
Pero Jesús ¿dónde se apoyó? ¿Quién o que lo animó para bajar a la completa oscuridad de la muerte? Esa si que es una situación bien ajena a la naturaleza de Dios que es vida. Pero aun asi, fue hasta el último rincon para iluminarla con su presencia y reclamarla para sí.
Mis queridos amigos, ¿por qué le tenemos miedo a morir? No hay lugar en el corazón de un creyente cristiano el temor a la muerte. Porque ya sabemos que es lo que nos pasa después, pasamos por un estado que no es desconocido para Dios, quien me guia por alli; pasamos por la puerta del cementerio del cual Dios mismo tiene las llaves en casa. La familia está en control de la muerte y tiene poder sobre ella. Dios mismo la reclama asumiéndola. No hay nada para temer. Este debería convertirse en un buen criterio objetivo de la radicalidad de mi fe. Tal vez cuando dejo de temerle a la muerte es porque me siento listo, afirmado y convencido en la fe. Pero ¿cuando? Puede ser desde ahora mismo!