lunes, 27 de febrero de 2012

Primer Atardecer: La Tentación





Oramos con Jesús en el salmo 60: Dios mio, escucha mi clamor, atiende a mi suplica. Te invoco desde los confines de la tierra con un corazón abatido. Y comenta San Agustín: “¿Y cual es el motivo de esta suplica? Porque tiene el corazón abatido. Quien así clama demuestra que esta en todas las naciones de todo el mundo no con grande gloria, sino con graves tentaciones”. Pero ¿si Jesús cayera en la tentación, que seria de mí? Un pobre sin redención. La grandeza y virtud en las tentaciones es que Jesús pudo decir que si a todas. Así como el atardecer busca a la noche, la tentación busca a mi oscuridad. En todos estos atardeceres debemos ver a Jesús completamente tan humano como cada uno de nosotros. Y en El, si se puede decir no a la tentación. Sin embargo en la tentación estamos tan solos y somos tan nosotros como en la muerte. La dicha que experimento con un no a ellas es que mi humanidad la confronto con la de Jesús y me vuelvo tan El que no quiero dejar de ser El.  

Jesús entrada la noche se retiraba a orar; es decir, después del atardecer y sin la luz, el único remedio de pasar el amargo trance de la noche es solo buscando a Dios.  La caída del día lo ha portado allí. El enrojecimiento de la estrella tutelar, cuando destella arreboles, anuncia la vecindad de la oscuridad. Para ello nos preparamos en defensa; nos armamos entonces de lámparas, luces y bombillos que pretenden suplantar, en minutísima escala, la labor de la luz del sol que se extingue. Pero hace suspirar e invita a la nostalgia del cielo perdido, nostalgia de Dios. No se quiere cerrar los ojos a tan dramático fenómeno porque la contemplación en que nos envuelve nos lleva a la noche, no ya armados de linternas sino también despojados de cualquier banal seguridad.

Que me lleva a temer la perdida del día, sino la certeza de no haber terminado lo empezado, de no haber amado lo ofrecido y despreciado lo ofendido. Bendito atardecer que me refriega la culpa en la cara y no me deja tocar la noche sin antes arrepentirme. Cae el sol, si! Caigo yo también, cansado y afligido. El día se va y no regresara. Yo sigo con el sucesivo. Digo entonces no a mi tentación, que nunca será mas grande que mis fuerzas, porque me porta a la búsqueda de Dios que me quiere como el.

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