domingo, 18 de marzo de 2012

Cuarto Atardecer: La Condena a muerte



Ser penalizado, ser condenado, recibir un castigo, ha estado en la sociedad desde tiempos remotos como un instrumento de coerción para, primordialmente, asegurar dos cosas: el bien de la comunidad y la conversión del reo. Bueno, por esto pueden darse cuenta que he aprendido bien, al menos,  una lesión de derecho penal. Obviamente para llegar al punto de la penalización, se necesita haber cometido un delito, y de esta manera perturbar el orden publico, causar daño y producir escandalo, por lo tanto, siendo declarado el criminal, este se merece el castigo para corregir el comportamiento, reparar el daño y hacer justicia.

Veamos un ejemplo en el plano domestico: si yo cuando crecía le pegaba a Ángela María, Carlos Andrés, el menor, se perturbaba y podía entender que pegarle a la hermanita era permitido. Pero Ángela tenía el sentido innato de la justicia, como no era bobita, iba llorando a quejarse a la autoridad  que mantenía el orden entre los hermanos, por lo tanto, el impertinente incidente de mi violencia llegaba a oídos de mi papá. Este a su vez, una vuelta que confirmaba las circunstancias y la verdad de la denuncia, profería una sentencia primaria y podría castigarme con la privación de la bicicleta por una semana. Carlos Andrés, siempre de espectador, y junto con la victima, se regocijaba por la justicia aplicada y se reían del desafortunado castigado; así se daba también cuenta que pegarle a la hermanita era indebido y que no se debía hacer nunca.  El resultado final era mi corrección en el comportamiento con respecto a mi relación con la hermanita, la cura del escandalo producido en Carlos Andrés y la reparación del daño junto con la justicia; asegurandole a Ángela María que contaba con la protección de la autoridad cada vez que se sintiera vulnerable.

La justicia la entendemos todos, su aplicación y necesidad a través de penas equitativas y proporcionales a razón de la falta. El ejemplo de arriba lo podemos recrear en el plano más amplio de la sociedad y podemos darnos cuenta de los mismos resultados. El problema es cuando nos encontramos ante un reo que resulta inocente y especialmente cuando se aplican penas irreversibles como la pena máxima de la muerte. Siguiendo la misma lógica y razón de las penas, podemos deducir que si una sociedad aplica la pena de muerte, es por que no tiene ninguna esperanza en la rehabilitación del criminal y determina que incluso su existencia es una amenaza para la sociedad y el restablecimiento del orden. ¿Sera posible esto? ¿Sera posible que nunca se pueda lograr la conversión de alguien que haya cometido un delito? ¿Será posible que la existencia de alguien, ya en control de las autoridades, sea una amenaza para todos? Es un punto de amplio debate, pero yo creo que si. Siempre es posible y ha sido posible y será posible conservar el orden y la seguridad de todos y alcanzar la corrección sin necesidad de ir al extremo de la eliminación de la persona. La pena de muerte nunca ha sido necesaria y ha sido siempre una muestra de la debilidad del estado y de la imperfección de un sistema judicial.

Pues bien, volviendo al plano domestico y pensando en una pena extrema para el mismo delito de pegarle a Ángela María, digamos que mi papá ya no imponga la pena de la privación de la bicicleta, sino el exilio del hogar: “se me va de la casa y sin bicicleta” diría el. Se podría decir que Ángela y Carlos Andrés, con mi eliminación, quedarían para siempre seguros y tranquilos de que yo nunca más les volvería a pegar. Pero, que habría de las otras dimensiones de la convivencia de los hermanos. Donde quedaría la fraternidad compartida incluso durante más tiempo que los mismos golpes esporádicos. Esa pena, seria la reducción del hermano violento, solo a eso, al plano de violento como si este no fuera nada más que violencia.

Pero bueno, esto no es un momento para debatir sobre lo oportuno o inoportuno de una pena capital. Creo que el punto que quiero elaborar es que Jesús fue victima de una pena de muerte sin ser merecida. Jesús es condenado a muerte, es la primera estación del viacrucis y es nuestro cuarto atardecer. Ahora si que se esta poniendo oscuro. Mas cerca de la noche de la muerte; ahora ya es oficial, injustamente, pero oficial. El camino se señala hacia el patíbulo. Jesús es victima tanto de nuestros delitos como de un sistema judicial deficiente. Una pena capital injusta e innecesaria en si. No se sabe cual será el fin después de su muerte, ni para sus seguidores ni para Jesús mismo. Solo basta la confianza en Dios para soportar y esperar el resultado final. Jesús es un reo que no necesita corrección, no hay delito y se pretende curar un escandalo para el pueblo. Ya casi no hay luz que ilumine tanto la vista como la mente. Solo basta Dios en una situación así, mientras el acusador se regocija en su victoria, sin contar que Dios aun no ha jugado su última carta. Dios precisamente aprovecha aquella maldad para adueñarse no solo de una condena de un sistema judicial imperfecto, ni de las torturas y agonías que produce, sino ante todo de la muerte misma. Dios se hace dueño de lo más valioso del enemigo, para destruirlo.

El atardecer de la condena ya se besa con la noche misma de la muerte. Solo hay que esperar para presenciar la destrucción del enemigo y reírnos de el por su desfortuna. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario