Ser penalizado,
ser condenado, recibir un castigo, ha estado en la sociedad desde tiempos
remotos como un instrumento de coerción para, primordialmente, asegurar dos
cosas: el bien de la comunidad y la conversión del reo. Bueno, por esto pueden
darse cuenta que he aprendido bien, al menos, una lesión de derecho penal. Obviamente para
llegar al punto de la penalización, se necesita haber cometido un delito, y de
esta manera perturbar el orden publico, causar daño y producir escandalo, por
lo tanto, siendo declarado el criminal, este se merece el castigo para corregir
el comportamiento, reparar el daño y hacer justicia.
Veamos un ejemplo
en el plano domestico: si yo cuando crecía le pegaba a Ángela María, Carlos Andrés,
el menor, se perturbaba y podía entender que pegarle a la hermanita era
permitido. Pero Ángela tenía el sentido innato de la justicia, como no era
bobita, iba llorando a quejarse a la autoridad que mantenía el orden entre los hermanos, por
lo tanto, el impertinente incidente de mi violencia llegaba a oídos de mi papá.
Este a su vez, una vuelta que confirmaba las circunstancias y la verdad de la
denuncia, profería una sentencia primaria y podría castigarme con la privación de
la bicicleta por una semana. Carlos Andrés, siempre de espectador, y junto con
la victima, se regocijaba por la justicia aplicada y se reían del desafortunado
castigado; así se daba también cuenta que pegarle a la hermanita era indebido y
que no se debía hacer nunca. El
resultado final era mi corrección en el comportamiento con respecto a mi relación
con la hermanita, la cura del escandalo producido en Carlos Andrés y la reparación
del daño junto con la justicia; asegurandole a Ángela María que contaba con la protección
de la autoridad cada vez que se sintiera vulnerable.
La justicia la
entendemos todos, su aplicación y necesidad a través de penas equitativas y
proporcionales a razón de la falta. El ejemplo de arriba lo podemos recrear en
el plano más amplio de la sociedad y podemos darnos cuenta de los mismos
resultados. El problema es cuando nos encontramos ante un reo que resulta inocente
y especialmente cuando se aplican penas irreversibles como la pena máxima de la
muerte. Siguiendo la misma lógica y razón de las penas, podemos deducir que si
una sociedad aplica la pena de muerte, es por que no tiene ninguna esperanza en
la rehabilitación del criminal y determina que incluso su existencia es una
amenaza para la sociedad y el restablecimiento del orden. ¿Sera posible esto? ¿Sera posible que nunca se pueda lograr la conversión
de alguien que haya cometido un delito? ¿Será posible que la existencia de alguien, ya en control de las autoridades,
sea una amenaza para todos? Es un punto de amplio debate, pero yo creo que si.
Siempre es posible y ha sido posible y será posible conservar el orden y la
seguridad de todos y alcanzar la corrección sin necesidad de ir al extremo de
la eliminación de la persona. La pena de muerte nunca ha sido necesaria y ha
sido siempre una muestra de la debilidad del estado y de la imperfección de un
sistema judicial.
Pues bien,
volviendo al plano domestico y pensando en una pena extrema para el mismo
delito de pegarle a Ángela María, digamos que mi papá ya no imponga la pena de
la privación de la bicicleta, sino el exilio del hogar: “se me va de la casa y
sin bicicleta” diría el. Se podría decir que Ángela y Carlos Andrés, con mi eliminación,
quedarían para siempre seguros y tranquilos de que yo nunca más les volvería a
pegar. Pero, que habría de las otras dimensiones de la convivencia de los
hermanos. Donde quedaría la fraternidad compartida incluso durante más tiempo
que los mismos golpes esporádicos. Esa pena, seria la reducción del hermano
violento, solo a eso, al plano de violento como si este no fuera nada más que
violencia.
Pero bueno, esto
no es un momento para debatir sobre lo oportuno o inoportuno de una pena
capital. Creo que el punto que quiero elaborar es que Jesús fue victima de una
pena de muerte sin ser merecida. Jesús es condenado a muerte, es la primera estación
del viacrucis y es nuestro cuarto atardecer. Ahora si que se esta poniendo oscuro.
Mas cerca de la noche de la muerte; ahora ya es oficial, injustamente, pero
oficial. El camino se señala hacia el patíbulo. Jesús es victima tanto de
nuestros delitos como de un sistema judicial deficiente. Una pena capital
injusta e innecesaria en si. No se sabe cual será el fin después de su muerte,
ni para sus seguidores ni para Jesús mismo. Solo basta la confianza en Dios
para soportar y esperar el resultado final. Jesús es un reo que no necesita corrección,
no hay delito y se pretende curar un escandalo para el pueblo. Ya casi no hay
luz que ilumine tanto la vista como la mente. Solo basta Dios en una situación así,
mientras el acusador se regocija en su victoria, sin contar que Dios aun no ha
jugado su última carta. Dios precisamente aprovecha aquella maldad para adueñarse
no solo de una condena de un sistema judicial imperfecto, ni de las torturas y agonías
que produce, sino ante todo de la muerte misma. Dios se hace dueño de lo más
valioso del enemigo, para destruirlo.
El atardecer de
la condena ya se besa con la noche misma de la muerte. Solo hay que esperar
para presenciar la destrucción del enemigo y reírnos de el por su desfortuna.
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