La traición la
podemos sentir en todo su sentido moral, psicológico y emocional solo en
nuestras relaciones más intimas. La confianza y el afecto entregados y dados a
otros cuando son traicionados, nos causan una consternación tal que se equipara
al abuso. ¡Que desolación tan seca y que sabor tan
amargo nos deja en el alma la traición, por ejemplo, de un ser querido, amado e
intimo al corazón! Es como la consternación por la mutilación de nuestros
cuerpos; es la perdida de una parte tan mia como si fuera mi propio
desgarramiento desde alguien a quien también pertenecía. El amor profesado nos
hace siempre tan uno, que el deshonorarlo limita nuestra capacidad de confianza
para siempre. El traidor se va con una
parte tan mia, que no lo puedo soportar sin sentir cierta inseguridad por
hallarme yo, entonces, en las manos de enemigos. Desolación, amargura,
consternación, inseguridad me portan, traicionado, al odio y a la
vulnerabilidad. Este atardecer subsecuente a la tentación, nos porta mas cerca a
la total oscuridad. Nos porta tanto al traidor que cae en la tentación, como al
traicionado que sufre las tinieblas, como consecuencia del engaño de quien
tenia como amigo.
¿A
donde haremos de ir? Decimos con Pedro: ¡solo a ti Señor que tienes palabras de vida
eterna! Y oramos con
Jesús: Incluso mi amigo íntimo en quien
yo confiaba, que compartía mi pan, me ha traicionado. Pero tu Señor apiadate de
mi, haz que pueda levantarme, … Bendito el Señor, Dios de Israel ahora y por
siempre. (Sal 40).
¡Si!
nosotros lo podemos hacer; buscar a Jesús y encontrar consuelo en él, porque él
estuvo traicionado. Y ¿a quién habrá recurrido Jesús? ¿Al Padre? Seguro. Pero se nota que empieza
cierta velación de su acción poderosa hasta el punto de sentirse turbado: Jesús se turbo en su interior y declaró: En
verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará (Jn 13, 21). ¡Tan humano mi Jesús que no deja aquí operar
su capacidad divina y definitiva porque aun no se ha cumplido su misión! Jesús
ante la inminencia de sangrienta violencia en su contra, empieza a sentir este
desvanecimiento de la luz que lo acerca cada vez mas a la oscuridad de la
noche, a las tinieblas aun no exploradas de la muerte.
Y ¿que hay de Judas? Como lo sabemos, este
tuvo el privilegio de estar entre los doce, es decir, de estar entre los más
cercanos a Jesús. Tuvo el privilegio de compartir la intimidad del amor de
Jesús. Al tomarlo Jesús como apóstol, lo
hace suyo. Judas hizo parte de todos, por ser de la comunidad pequeña de los
apóstoles. Judas es el amigo amado - en quien todos, como en todos – tienen
confianza y familiaridad. Nada parece indicar que pueda haber uno que
traicionara al Maestro y por ende a todos. Sin embargo lo escuchan del mismo Jesús;
hay uno entre ellos que lo traicionará. Señor,
¿quien
es? (Jn 13, 25), le
pregunta Juan confundido y escuchando los latidos de su corazón turbado. Jesús respondió: Es aquel a quien dé el
bocado que voy a mojar (Jn 13, 26), y se lo dio a Judas. Incluso el amigo con
quien comparte el pan se olvidara de el (cf. sal 40). La oscuridad se acerca
aun con más prisa ya que en cuanto tomó
Judas el bocado, salió. Era de noche (Jn 13, 30). Judas pertenece entonces
ahora al reino de las tinieblas.
Ya antes Jesús
les había dicho: Todavía, por un poco
tiempo, estará la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que
no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas no sabe a donde va.
Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz (Jn 12: 35-36). Es preciso caminar en la luz, es decir, decidirse
a abandonar el pecado para dejar que la Verdad transforme nuestra propia vida
mediante un camino de conversión siempre renovada. No podemos perder el sentido
de pecado en nosotros, ya que eso nos lleva a permanecer en las tinieblas. La
mayor injusticia que podamos hacer es dudar de la misericordia de Dios.
Jesús sale
después con los discípulos a su habitual lugar de oración. Pero Judas también
conocía el sitio, por supuesto, seria su costumbre orar con Jesús. Allí
se presenta con soldados y guardias (cf Jn 18: 1-3). ¡Débil y malvado Judas! Ya no se cubre con piel de cordero sino que se
presenta abiertamente como lobo salvaje y sediento de violencia a pesar de las
apariencias de paz, ofreciendo como signo de traición, un beso más mortal que
un arma. Y sus acompañantes enceguecidos por sus propias sombras, no fueron
capaz de discernir la verdadera luz a pesar de sus linternas y antorchas.
Peor aun traidor,
lo que pretendiste destruir para todos, no te perteneció jamás. La muerte de
Cristo nos libera, pero te acusa Judas Iscariote. Pero si te hubieras
arrepentido, la misericordia del Redentor te hubiera concedido el perdón; pues
en la cruz a la que lo enviaste, Jesús invocó el perdón para ellos, ya que no
sabían lo que hacían. Esta sanación la hubieras ganado si te hubieses
arrepentido e ido a la penitencia que te regresaría sano y limpio a tu Maestro.
Pero no, la injusticia mayor que pudiste perpetrar, traidor, fue dudar de la
misericordia de Dios; y esto te llevó al lazo que te ahorcó. Este mejor prefirió
persistir en su debilidad y deslealtad.
Mis queridos, no
queremos un atardecer que nos lleve a una noche eterna. ¡Dios nos libre! Dejamos un día menos en
nuestro peregrinar y descendemos a las tinieblas de la traición de Judas. Pero
que no suceda, como a él, a nosotros pecadores. Busquemos siempre la
misericordia de Dios, pues arrepentidos y perdonados, en su regazo y en la
intimidad escuchando los latidos de su corazón, nos levantamos siempre, en
nuevo y gozoso día resplandeciente de luz perpetua.
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