domingo, 25 de marzo de 2012

Quinto Atardecer La Soledad en la Cruz


En torno a la cruz se ha intensificado la soledad. Está verdaderamente solo. Todos morimos solos, incluso cuando morimos rodeados de amor y de amistad. Por mucho que el agonizante tienda su mano y se aferra a otra mano, sabe que allá en el interior, donde se libra el ultimo combate, en la mas intima intimidad, esta solo, definitivamente solo. En el momento de la muerte es cuando mas humanos somos. Que paradójico suena eso de que lo más humano se experimenta en la más terrible soledad. Pero no es una soledad de la ausencia de los otros, es una soledad de necesidad, la soledad de las cosas que nadie puede hacer por mi, solo yo.

Jesús grita en la intensidad de su dolor. Grito arrancado por la crueldad del suplicio. Este momento de total desnudez, en que no tiene nada en que apoyarse, es el que espera el Padre para arrancarle el lamento mas triste y sereno de su Pasión. Desolación interior profunda, intensísima.  Sobre su corazón se cierne la noche de una indecible angustia. Y en la hondura del alma de Jesús, el silencio, la terrible soledad, el tedio, el desamparo del Padre, el miedo, Jesús invoca al Padre con su propia oración del salmo 22: “Dios mio, Dios mio, por que me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Lejos estas de mi socorro, de las palabras de mi gemido”.  Es una llamada dirigida a Dios que parece lejano, que no responde y que parece haberlo abandonado.

La oración pide escucha y respuesta, solicita un contacto, busca una relación que pueda dar consuelo y salvación. Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad se convierte en algo insoportable. Pero estas palabras, precisamente por ser oración, no son de un grito desesperado, son palabras en perspectiva de alabanza y confianza en la victoria divina. El autor del salmo, el orante, el que sufre, ven como se pone en tela de juicio su relación con el Señor, el énfasis cruel y sarcástico de los que lo están haciendo sufrir: el silencio de Dios, su aparente ausencia. Sin embargo, Dios esta presente en la existencia del orante con una cercanía y una ternura incuestionable.

Este grito en soledad es al mismo tiempo la certeza de una respuesta de Dios, es la certeza de la salvación. 


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